Por Roberto Battaglino- Licenciado en ciencias de la información. Columnista en Canal 12 y en La Voz del Interior
Alberto Fernández transita pasillos cada vez más angostos. Un presidente que llegó condicionado por la herencia, el madrinazgo de su candidatura y la falta de liderazgo, la crisis, la pandemia, la negociación por la deuda.
Cada cosa se fue agravando y el presidente ha doblado la curva de la mitad de su mandato con márgenes de acción cada vez más acotados.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional es uno de los tantos ejemplos de cómo va quedando entre la espada y la pared. Los acreedores imponen condiciones que la jefa política del espacio gobernante no acepta.
Entonces, hace malabares para intentar no quedarse afuera del mundo y del acceso al mercado de capitales sin que le estalle la coalición gobernante. Tiene que hacer un ajuste en las cuentas públicas que los suyos no están dispuestos a convalidar. Ya no se trata del desafío que tiene cualquier gobernante de salir a buscar consensos y entendimientos por afuera, sino que los propios no le vacíen el gobierno.
Máximo Kirchner ya dio el primer paso con su renuncia a la jefatura del bloque oficialista. El silencio de su mamá, la vicepresidenta Cristina Fernández, aturde a un presidente que anda a cada paso explicando que el ajuste que le pide el Fondo no es ajuste.
Más allá de las exigencias externas, la renegociación de la deuda pone en la mesa temas estructurales que alguna vez la Argentina deberá encarar con seriedad y profundidad: es sostenible o no un sistema previsional con poco más de un aporte en actividad por cada pasivo y con un 40 por ciento de los trabajadores en la informalidad; se puede mantener esquemas de subsidios que no distinguen ingresos, localización y otras situaciones; debe o no haber límites al crecimiento del empleo público y deben o no estar atadas las remuneraciones de ese sector al crecimiento de la economía.
Nada más plantear estas discusiones le implicaría a la gestión del Frente de Todos quedarse sin los respaldos del núcleo duro. Por ende, el presidente tiene que buscar subterfugios para discutir esas cuestiones sin que parezca que las está poniendo en debate.
Y mientras tanto, paga costos para adentro y para afuera por los intentos de congraciarse con los suyos y con quién lo designó como candidato a presidente.
Pero no sólo Cristina y el Fondo son la espada y la pared. La realidad con números alarmantes de la Argentina le coloca disyuntivas a cada paso al presidente.
La inflación es uno de los grandes males pero debe salir del corsé del subsidio de las tarifas públicas y eso seguirá disparando los precios. La salida de los subsidios puede impactar en el territorio donde tiene la mayor parte del respaldo electoral el Frente de Todos, el Conurbano bonaerense.
Tiene que racionalizar el gasto del Estado con la mitad de la población sumida en la pobreza. Tiene que lograr la reactivación de la economía sin divisas para obtener los insumos que sostienen los sectores más dinámicos.
Y así se van sucediendo paredes y espadas para un presidente que transita su propio desfiladero con las consecuencias económicas y políticas en la actualidad.