Por Roberto Battaglino
De las condiciones que se suelen dar para que cambie una elección respecto a la primaria, varias son improbables salvo la apuesta al aparato estatal. La derrota digna puede tener altos costos en términos económicos.
La gobernabilidad por encima de las bancas en disputa. Por eso, la tensión que envuelve al proceso electoral en curso se proyecta más allá de esta elección de medio término.
Hay antecedentes para todos los gustos sobre lo que pasa después de derrotas y triunfos en comicios legislativos. Es que no importa sólo el resultado sino lo que se hace con ese resultado. Cristina Fernández de Kirchner perdió su primera votación de medio término y dos años después logró la reelección (con la salvedad de todos los factores que se conjugaron para ello), mientras que Mauricio Macri ganó los comicios parlamentarios y poco después comenzó a perder respaldos y se quedó sin un segundo mandato.
Alberto Fernández tiene una particularidad respecto a sus antecesores. No es el líder del espacio. Viene ya condicionado de origen por la manera en que fue ungido candidato y esa limitación ha ido quedando cada vez más expuesta, en especial después del revés de las primarias.
Por ende, una derrota en las generales agudizaría la fragilidad de un presidente que sólo tuvo un fugaz período de fortaleza política, allá por el comienzo de la pandemia. Si se confirma el revés, tendrá más problemas con los propios que con los opositores.
Pero, ¿se puede revertir el resultado? Las Paso existen desde 2011 y no sobran casuística para sacar conclusiones. No obstante, cuando hubo cambios en las urnas con dos meses de diferencia, aparecieron uno o varios de estos estos factores: incorporación de nuevos votantes, el “voto útil”, el “cisne negro” y la fuerte presencia del aparato estatal.
Siempre hay mayor participación en la general que en la primaria, además de haber menos oferta electoral. Hasta acá no hay ningún elemento para suponer que los que no fueron a votar en septiembre sean casi todos votantes del oficialismo en noviembre. La amplia mayoría de los consultores sostiene que hay posicionamientos similares de los que votaron con los que no votaron.
El “voto útil” se da más en elecciones ejecutivas que legislativas. Son ciudadanos que cambian su preferencia original para evitar que gane alguna opción que le genera mucho rechazo.
Los eventos excepcionales, o el famoso “cisne negro”, pueden torcer para cualquier lado un proceso electoral. El tema es que tiene que ser bien excepcional después de semejante excepcionalidad que atravesamos durante un año y medio.
Hasta acá, la apuesta de Alberto Fernández y su Frente de Todos es al uso del aparato estatal, la apelación a fondos públicos para captar votos, como lo hizo Macri en 2019.
Los precedentes de torcer la voluntad popular en un par de meses son sólo en algunas provincias de no demasiada población y muy dependientes del sector público.
Por ello, el oficialismo apuesta más a una especie de derrota digna que a una victoria electoral. Dar vuelta en algunas provincias como para no perder el control del Senado y quedar lo más cerca posible de la paridad en Diputados.
La gran pregunta es cuál será el costo de intentar aprobar el examen parcial.
La economía, gran aunque no única clave de la votación de septiembre, viene con señales de alarma desde antes de la pandemia y no se logra recuperar ni con la nueva normalidad.
Pero la emisión descontrolada presagia un comienzo muy duro de 2022, con tasas de inflación por las nubes y con todas las secuelas económicas y sociales que eso acarrea. Gane el que gane la elección de medio término.