
Por Lic. Mariano Guerrieri
A lo largo de sus más de 4.000 km de costas, sin contar el sector antártico, la Argentina posee 62 faros marítimos, que custodian el Atlántico acompañando a los navegantes en sus travesías, y a los turistas, amantes de la fotografía y la contemplación, que buscan captar momentos únicos en un atardecer.
El aspecto actual de los faros, si bien su aparición es anterior a la civilización griega y romana, fue delineado a finales del siglo XVIII, con una torre cónica y una luz incandescente giratoria en el extremo superior, y que en sus primeros momentos, era abastecido por aceite de ballena, luego aceite mineral, electricidad y más cercano en el tiempo, por paneles solares. Su función, al llegar la noche, es la dar aviso a las embarcaciones de la proximidad de la costa y, según el intervalo entre destellos y el color del haz de luz, el tipo de accidente geográfico.

En las costas argentinas, hay faros para todos los gustos y exigencias. Los hay fotogénicos, como olvidados, masivamente visitados, como los ignotos, con nombres de santos y lugares, que dan inicio a la carretera más larga del país y los que inspiraron novelas mundialmente conocidas.
Entre los más visitados, podemos citar el de Punta Mogotes, al sur de la ciudad de Mar del Plata, famosa por ser el destino más importante del turismo nacional, como así también el faro Querandí, en las inmediaciones de Villa Gesell, la ciudad “hippie”, desde donde parten las excursiones por las dunas y bosques de coníferas para llegar a esta torre de mampostería, que con sus 54 mts, es el segundo faro en altura del país detrás del Recalada, ubicado en el partido bonaerense de Monte Hermoso, cercano a la ciudad de Bahía Blanca, y enteramente construido por tubos metálicos.
Ya en territorio patagónico, en la parte centro-este de la famosa Península Valdés, declarada patrimonio mundial de la UNESCO, el visitante puede vivir una experiencia increíble, la de pernoctar en un faro. En efecto, en las instalaciones del Faro Punta Delgada, se habilitó hace unos años un hotel y restaurante, desde donde se tiene una visión del horizonte recortado por las siluetas de las ballenas francas y los delfines oscuros que juegan en el mar turquesa.

En el Estrecho de Magallanes, primer paso natural entre los océanos Atlántico y Pacífico descubierto por Fernando de Magallanes en 1520 durante su expedición a las Islas Molucas (Indonesia), en la punta final del territorio santacruceño, se yergue el faro de Cabo Vírgenes, tan inhóspito como increíble, azotado por los lastimosos vientos sureños, habitado solamente por personal de prefectura naval y un par de intrépidos más. Curiosamente convertido en el kilómetro O de la maravillosa Ruta 40 que atraviesa de norte a sur el país.
Para el final, y ya en territorio insular, se destacan dos faros. El primero, llamado Les Éclaireurs, ubicado en un islote y harto visitado por los turistas que llegan a Ushuaia y se internan por el Canal del Beagle, es elmal llamado faro del fin del mundo.
En efecto, el verdadero faro más austral, y que inspiró al famoso escritor Julio Verne para crear su bet seller “Le phare du bout du monde”, en los albores de 1900, se encuentra en la Isla de los Estados. Inexpugnable confín nacional, separado de Tierra del Fuego por el bravo Estrecho de Le Maire, responsable de incontables naufragios, y donde se levanta el Faro San Juan de Salvamento, el más longevo del país y testigo luminoso del paso de piratas, cazadores de ballenas y grandes héroes del mar como Luis Piedra Buena.
Contemplar el horizonte azul, bajo la sombra y el cuidado de estos vigías del mar es una experiencia desoladoramente fascinante.
Bitácora de Viaje: El Departamento de Turismo de la CPS, realizó varias excursiones donde los matriculados pudieron admirar a esas moles del mar.
Lic. Mariano Guerrieri