Por Lic. Mariano Guerrieri

La tierra, es llamada el planeta azul debido a que el 70% de su superficie está cubierta por agua. Sin embargo, solo el 2,5% es agua dulce, apta para el consumo y utilización humana. De ese pequeño porcentaje, un significativo treinta por ciento lo constituyen, la humedad del suelo y los acuíferos subterráneos como los Esteros del Iberá en la provincia de Corrientes.

Con una superficie de 12 km2, similar al tamaño de las Islas Malvinas, los Esteros del Iberá (“aguas brillantes”, en lengua guaraní), constituyen el segundo humedal más extenso de Sudamérica, luego del Pantanal (que comparten Brasil, Bolivia y Paraguay), y uno de los ecosistemas de mayor biodiversidad del territorio argentino.

Como un clásico documental de la sabana africana, el visitante puede experimentar la naturaleza viva al alcance de las manos. A través de caminatas y cabalgatas por los “embalsados”, enmarañados entrelazamientos de raíces de vegetación acuática, especialmente camalotes y amapolas de agua, que junto a la tierra de origen eólico, dotan de solidez suficiente a la superficie para caminar sobre ellas, creando la sensación de estar pisando una esponja.  

Generalmente estas excursiones, son seguidas con sigilo por un puñado de ciervos de los pantanos y algún que otro aguará guazú, inofensivo perro lobo de llamativo color rojo, con patas y orejas largas, especies autóctonas de estos parajes anegadizos.

Pasear en bote o kayak, permitirá al aventurero toparse con la desafiante mirada de alguna de las dos especies de yacaré que habitan los esteros, el negro y el ñato u overo. O podrá disfrutar de los escurridizos movimientos de los carpinchos, considerados los roedores más grandes del mundo, entre la espesura de los juncales.

Un espectáculo aparte es admirar las coloridas bandadas de aves que recortan y armonizan el cielo en el horizonte infinito de los atardeceres del Iberá.

Por la noche, la llegada de los habitantes nocturnos como el tatú carreta, zorros, gatos monteses, vizcachas, junto al croar de las ranas y sapos en las riberas laguneras y los aullidos de los monos carayá, que copan las alturas de los algarrobos o los ñandubay, constituyen una sinfonía natural, capaz de calmar a los corazones más nerviosos.

Desde la década del ´80 el acuífero fue declarado reserva provincial y desde el 2018, gran parte de su superficie se transformó en Parque Nacional, distinción mayor en cuanto a áreas protegidas en nuestro país, que salvaguarda para las futuras generaciones a las más de 600 especies de vertebrados que la habitan, entre peces, reptiles, aves, anfibios y mamíferos.

Paraíso internacionalmente reconocido, ubicado en el centro norte de Corrientes, y atravesado por una ruta natural de difícil acceso, llegar a destino, se ve más que recompensado por la grandilocuencia de la naturaleza que se apodera de uno y lo maravilla en cuerpo y alma.