En el extenso territorio argentino, existen un importante número de yacimientos arqueológicos precolombinos. Siendo la región del Noroeste, la que mayor cantidad reúne, con la Ciudadela de Quilmes como referente más destacado.
Ubicada en el Valle de Yocavil, en el oeste tucumano y cerca de la RN 40, la Ciudad Sagrada de Quilmes es, con sus 30 hectáreas de extensión, las ruinas aborígenes más importante del país.
Fueron estudiadas primeramente por el reconocido arqueólogo Juan Bautista Ambrosetti en 1897 y posteriormente reconstruidas por Norberto Pellissero y Horacio Difrieri en 1977. Si bien, dichos trabajos fueron criticados por considerarlos más con fines turísticos que científicos, a partir de ese momento, el ciudadano común tuvo conocimiento de las mismas.
La importancia de la ciudadela radica en que su construcción, respondió a un diseño urbanístico preconcebido similar a la ciudad de La Plata, pero ideada durante los siglos XVI y XVII. Ni siquiera Cuzco, Machu Picchu o Tenochtitlán referenciales ciudades de las grandes civilizaciones americanas precolombinas, tuvieron una planificación previa, ya que surgieron y crecieron de manera espontánea.
Luego de obligada visita al centro de interpretación, el visitante quedará sorprendido al admirar como las ruinas se disponen simétricamente a ambos lados y a los pies del cerro Altos del Rey (1850 msnm) que domina el lugar y con terrazas perfectamente alineadas como si se tratase de las gradas de un anfiteatro griego semicircular, y que albergó a más de 2.500 almas.
Los espacios de la planta urbana poseen tanto formas rectangulares como circulares, con muros polifuncionales (medianera y calle pública), construidos en piedra laja apilada con rellenos de tierra y con un grosor promedio de un metro. La parte superior de los muros, servían de base para el techo de madera de cardón que correspondían a las viviendas que, además, debido a las inclemencias del tiempo, estaban semienterradas.
Era tal el avance en conocimientos ingenieriles de los habitantes originarios que, hacia el sur de la ciudad, se pueden apreciar un antiguo embalse y su canal derivador que regaba los cultivos y abastecía de agua para el consumo humano. Importante obra hidráulica, construida un siglo antes que los famosos tajamares de las Estancias Jesuíticas de Córdoba.
Los Quilmes o Kilme (en cacán “entre cerros”), pertenecían a la etnia Diaguita, de la comunidad Santa María, y de fuerte presencia en los Valles Calchaquíes. Cultura que resistió la influencia Incaica y tenaz protagonista de las Guerras Calchaquíes, que por un siglo (1560-1567), frenaron la avanzada española. Siendo el último bastión en ser quebrantado, una vez que el Gobernador del Tucumán Mercado y Villacorta, decidiera cercar la ciudad y envenenar las aguas que abastecían al pueblo.
Una vez dominados por el europeo, fueron desterrados en un largo peregrinar hacia la Reducción de la Exaltación de la Cruz, ubicada a cuatro leguas al sur de la ciudad de Buenos Aires. Arribando a destino solo un puñado maltrecho de personas, quienes, a su vez, al establecerse en un lugar húmedo y sin sus medicamentos naturales, fueron enfermando, pereciendo en pocos años.
Con el paso del tiempo, nada más se supo de estos bravíos Quilmes. No obstante ello, la reducción dio paso a una pujante ciudad que tomó el nombre de aquellos y fue testigo del asentamiento de la primera y mayor fábrica de cervezas de Argentina homónima, fundada por el alemán Otto Bemberg, en 1888. Pero ésta ya es otra historia.
Admirar y recorrer la ciudadela de los Quilmes, nos invita a reflexionar sobre nuestro pasado, muchas veces sesgado y menospreciado. Y que nada tenemos que envidar de las icónicas construcciones del pasado precolombino de América, hoy Patrimonios de la Humanidad. Viéndonos obligados a divulgarlas y protegerlas.
Apunte de viaje: El Departamento de Turismo, realizó un viaje grupal por el Norte Argentino, y visitó las Ruinas de Quilmes.