Por. Lic. Mariano Guerrieri

A largo de los años, el arte como patrimonio humano, se ha convertido en un recurso turístico, y es utilizado para atraer a los visitantes de distintas partes del globo. Si bien las obras pictóricas tienen mayor renombre, las esculturas, dejando de lado las monumentales, tienen su espacio ganado dentro del inconsciente colectivo, como ser El David en Florencia, El Pensador en Paris o el Toro de Wall Street en New York, por citar al azar.  Sin embargo, pocas de ellas tienen una historia tan singular como la del “Oso Polar” de la ciudad de Córdoba.

En los albores de la década del ´50, una serie de conflictos poco amistosos entre los países que reclamaban su soberanía en la Antártida, y que terminaría con el tratado que protegería desde ese momento al continente blanco, hizo que en la ciudad, un puente próximo a inaugurarse, llevase el nombre de Antártida Argentina.

Para ello, y como parte del decorado, se encargó al pintor Roberto Juan Viola y al escultor Alberto Barral, la creación de una figura alegórica. Es así que se trajo un bloque de mármol blanco desde Los Gigantes y en las inmediaciones del coniferal del Parque Sarmiento, durante los años 1954 y 1955 se esculpió la escultura del Oso Polar ante la mirada de los curiosos caminantes.

Una vez terminada y embalada, y mientras era llevada a su destino inicial, un “asesor” del intendente de turno, se percató de que en el territorio antártico no existen los osos polares, y ante el bochorno de hacer público el error, se dio marcha atrás con el traslado. Sin embargo, en ese momento, a la altura de la Plaza Vélez Sarsfield, el transporte fue interceptado por un grupo de manifestantes de la llamada “Revolución Libertadora”, que derrocaría a Perón y que obligó descender la carga. Ese lugar fue el primer emplazamiento del mamífero y la foca, su presa.

A partir de ese momento, la escultura, comenzó un errante itinerario que lo vio asentarse en la Plaza Alberdi del barrio General Paz, para volver a la Plaza Vélez Sarsfield, siendo compañero nocturno de prostitutas y vagabundos. Allí también, fue tatuado con grafitis, y cambió su color a rosa (si, un oso polar rosa). Para luego, ya entrado el Siglo XX, recobrar su color blanco original y recibir un trato amistoso en el Rosedal del Parque Sarmiento y terminar, desde hace un par de años, frente a Plaza España, en el ingreso al Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa.

Al día de hoy, el Oso Polar, si bien nunca fue inaugurado oficialmente y de la boca de su presa jamás salió agua (ya que estaba pensado como una fuente), es la escultura más famosa y con más leyendas e historias surgidas a su alrededor de la ciudad. Querida por los cordobeses y visitantes extranjeros, que buscan encontrar una respuesta y entender que hace un oso blanco del Ártico en una ciudad mediterránea del sur de clima templado.

A pesar de su merecida ubicación actual, cual centinela, que protege el reservorio de las obras plásticas más importantes de Córdoba, su andar errante, lo situará en los años venideros, quién sabe dónde, en algún otro lugar de la ciudad, “turisteando” entre calles y plazas.